viernes, 2 de octubre de 2009

Negocio en los museos y utópicos planteamientos

(De esta crónica dosifíquese su lectura)

Hace no mucho dos amigos de Oviedo, precisamente ésos que me introdujeron en este “cainzo”, -al que Ustedes llaman blog-, me enviaron un tema que trata sobre el marketing cultural: ¿Cómo se vende un museo? Sin embargo, nada dice ese informe de cómo hacerlo. De todas maneras son interesantes sus propuestas aún en teoría, y no seré yo quien trate de rebatir sus argumentos porque ignoro a que tipo de museos se refieren los autores de este trabajo.
(Léase: http://www.materiabiz.com/mbz/economiayfinanzas/nota.vsp?nid=42801)

Así que, An y Antuan: hablemos del Museo Etnográfico de Grandas de Salime, y veamos cierta hipótesis, para mí, madre de todos los males.

Primero y fundamental: los museos según los define el “Consejo Internacional de Museos” (ICOM) reconoce como cualidad de éstos “toda institución permanente que conserva y presenta colecciones de objetos de carácter cultural o científico, con fines de estudio, educación y deleite” Por lo tanto, nos quedaremos con lo definido y no entraremos en los cuatro apartados en que este Organismo, agrupa las temáticas de los que se entiende por museos (Más adelante daremos otra definición).

Ahora veamos lo que le dice Georges Henri Rivière, autor del “Tratado de la Museología”, a Dña. A, Gruner Schlumberger, copartícipe entre otros, de este trabajo y que ella cita en el prólogo del mismo:
“Mira, pequeña, el éxito de un museo no se mide por el número de visitantes que recibe, sino por el número de visitantes a los que ha enseñado alguna cosa. No se mide por el número de objetos que expone, sino por el número de objetos que los visitantes han logrado aprehender en su entorno humano. No se mide por su extensión, sino por la cantidad de espacio que el público puede, de manera razonable, recorrer en aras de un verdadero aprovechamiento. Eso es el museo. Si no, no es más que una especie de “matadero cultural”, del que se sale reducido en forma de salchichón”.

Quiero recalcar aquí que esto lo dijo alguien hace más de treinta años. Y al mismo tiempo repetir que nunca un museo debe estar en función de las visitas que recibe, porque entonces nos convertimos en ese atractivo folclórico, que criticó con razón, Dn. Gustavo Bueno, cuando dijo lo de “etnocidio consumado”, al referirse a las costumbres populares.

Es más, yo diría que los museos debieran tener el acceso restringido: que sólo accedieran a él los interesados en su contenido. No se trata de limitar las visitas, sino que éstas estuvieran en función del “aprovechamiento” que al conjunto de la sociedad aporta. Lo demás es puro “marketing”, totalmente rechazable.

Pero podemos citar aquí, que al margen de esos principios por los que debe regirse un museo, no hay nada que le impida ser rentable. Y entendemos por rentable, aquello, que sin ser autosuficiente, no sea una carga para las arcas públicas o al menos sea leve. Y aquí si que debo hacer hincapié en esa suposición, muy particular, que cité antes.

En un País, en el que el ministro de cultura es nombrado por un presidente de gobierno, entendemos que ese cargo, es de confianza del que lo nombra; al margen de las condiciones que pueda reunir o eso que llaman currículo. El ministro nombra director de un organismo a su afín, con el mismo criterio. Aquí ya tenemos a tres implicados en algo que les puede resultar desconocido o al menos complejo. Si uno de ellos discrepa, el mismo dedo que lo nombra, coge la pluma que firma su cese. En este orden podemos descender hasta donde juzguen ustedes oportuno.

Ahora vayamos a cosas más concretas en cuanto a que un director, esté sujeto o no, a esa arbitrariedad –también en el caso de los museos etnográficos- está limitado. No por un nombramiento caprichoso, sino un poco por esa inercia e incapacidad, que comienza en los estamentos superiores anteriormente citados.
Es fácil que no lo exprese bien pero al menos trataré de hacerlo.

Por desgracia en este País no hubo nunca un planteamiento museístico serio. La cultura popular nunca preocupó en las esferas del poder. Además, tampoco influía para que aquéllos que aspiraban a ese poder les preocupase su influjo. Tanto es así, que este espacio quedó yermo y desamparado. Pero veamos:
Los museos de artes y tradiciones populares, etnográficos o como Ustedes gusten llamarles, fueron realizados por diletantes o por ilusos nostálgicos, que creían que algo se podía salvar de la abulia administrativa. Sería largo contar aquí qué motivos les movieron, y también detallar las múltiples adversidades por las que pasaron para vencer la inepcia de aquéllos, que es posible fueran tan legos en esos temas como su autor. Y lo digo así porque a éstos en realidad, lo que les ocurría es que desconocían o despreciaban este medio. Así fue y así ocurrió, y así nos vimos, ante ese individuo que por respetar o venerar su pasado, su patrimonio o su historia acaba ninguneado por un estulto poder; más preocupado, en algunos casos, por la icnología, que estudia la huella del fósil, que por la reciente historia de su padre o su abuelo. Así caemos en montajes de pluriometano y fantasía de los que no importa su rentabilidad.

La brevedad en la exposición de unos hechos no resulta fácil, al menos para mí. Por lo tanto, no me inclinaré hacia lo sucinto, porque esto conduciría a no concatenar la realidad con aquéllos que considero responsables.

Si volvemos sobre los nombramientos nos daremos cuenta que el poder es piramidal. Pero no el de una pirámide cuya base fuera un polígono de varios lados, que a fin de cuentas, daría lugar a varias “caras”. No, todo lo contrario, es tetraédrico; esa pirámide que tiene como base el triángulo equilátero y colóquese de una u otra forma, siempre es lo mismo. Esto da lugar a que la “cultura” del pueblo no se tenga en cuenta, porque el poder y “recomendados” se convierten a eso que llaman nepotismo. Este razonamiento o teoría, me condujo a pensar, que geométricamente hablando, carecería de importancia la forma regular de ese cuerpo. Sin embargo, en el hexaedro, descompuesto en pirámides cuadrangulares truncadas, el poder se situaría en el centro y no en la cúspide. Así al menos cualquiera de sus caras representarían al “pueblo”, y el hueco interior el “vacío absoluto”. En fin, algo de utopía no está mal.

Veamos esa nueva definición de museo: “institución permanente, sin fines lucrativos, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, abierta al público, y que realiza investigaciones concernientes a los testimonios materiales del hombre y de su medio ambiente, los adquiere, los conserva, los comunica y especialmente los expone con fines de estudio, de educación y delectación”.

Como se puede ver no dejan lugar a la duda estos nuevos estatutos de ese Organismo Internacional de Museos. Nos sigue dando a entender que éstos no persiguen fines económicos, ni siquiera para paliar sus costes al igual que la enseñanza. Pero ya llegados aquí, veamos por qué el Museo Etnográfico de Grandas, no funciona como negocio, al que se puede añadir la falta de criterio mercantilista de su director.

Empecemos por volver a citar la nefasta pirámide, que con omnímodo poder entiende o se inmiscuye en lo que no domina.

Imagínense Ustedes cualquier consejería de una comunidad autónoma, también desconocida. El consejero o responsable, lo extraemos de cualquiera de esos lugares donde, precisamente, no tiene un brillo espectacular, ni presta un gran servicio a la sociedad que dicen sirve. Se le da autonomía para que escoja sus colaboradores (recomendándole alguno). Pueden provenir éstos de la sanidad, enseñanza o cualquier organismo, lo más alejado posible de los temas que deba resolver. Al ocupar sus despachos, se creen imbuidos de saber único que los eleva sobre los demás. A esto añadimos que manejan un presupuesto, proveniente de las arcas públicas, y con ese dinero alardean de hacer algo por el Patrimonio. Patrimonio, que por cierto, se les recomendó cuidar y no lo hacen. Entonces ¿qué hacen? Nada, convertirse en burócratas de un pomposo organismo y entorpecer la labor de todo aquél que desee hacer algo.

Hace ya más de treinta años fundé este pequeño Museo, gracias a unos amigos, responsables de la Consejería de Cultura, en la incipiente preautonomía. Cito esta fecha porque una idea no se la puede dar cuerpo cuando se expone, pero sí cuando cuenta con los avales firmes de aquéllos que creen en ti y te apoyan de forma incondicional. Así surgió y se llevó a cabo. Claro que sin ese dinero público no habría sido posible; pero una cosa es esto y algo muy distinto que se venda como favor; lo que es obligación además del ninguneo citado, que por ofensivo es imperdonable, cuando este procede de sujetos espurios.

Pero en fin, al margen de estas críticas, no exentas de un dolido resentimiento, sigamos con ese planteamiento museológico, de lo que podían haber sido centros, como en el que en este caso nos ocupa. Debe también considerarse que el tema aquí tratado, está siempre referido a la etnografía, por lo tanto no se enjuiciarían los aciertos que en otros campos hayan tenido, por casualidad, esos “responsables culturales”.

Así que para terminar empecemos: ¿Qué es un museo etnográfico más que una recreación (no virtual) de unas formas de vida tradicionales? ¿Acaso no era el conjunto familiar una unidad de producción en el medio rural? Por lo tanto, éste ¿no debe reflejar fielmente esa realidad con todos sus medios? ¿O es que podemos, por una cuestión de estética trasnochada, prescindir de aquella cabaña ganadera, que era el sustento, junto con los productos agrícolas, de esa familia troncal? ¿Cree alguien que se puede hacer una obra de teatro sin actores? Muchos dirán: sí, hacemos una “comedia” y la titulamos museo.

Al lado de la casa, el hórreo, la panera y el pajar ¿no eran acaso almacenes para los productos que el campesino cultivaba y cosechaba?

¿El molino, no era también ese mecanismo donde se muele el grano para más tarde hacer pan? ¿Debe ser estático?

El carpintero en su taller, ¿no hacía todos aquellos trabajos relacionados con la madera, que demandaba su clientela? ¿dicen algo sus inactivas herramientas en la deshabitada carpintería?

¡Ah! Y el ferreiro, que me atañe directamente, ¿Cuenta algo al visitante el inexistente crepitar del fuego en la fragua; o el sonido del yunque sobre el que se forja el hierro? ¿Y la tertulia de parroquianos puede ser evocada en los días de nieve, en una fría forxa, en la que los sus útiles, colocados en absurdos paneles, nos recuerdan que eran manejados con destreza por un fornido ferreiro? No amigos, sólo allí donde el artesano da vida a su oficio, tienen sentido las cosas y no son meras herramientas a las que, por desgracia, asociamos con el pasado.

El zapatero debía seguir en ese lugar porque nunca faltaría calzado para mantenerlo activo.
¿Qué no podría contar de la tornería, que en este caso fue recuperada por el Museo, y hoy representada por el artífice Arturo Iglesias Martínez? Gracias a él contamos con ese oficio que magistralmente recrea. ¿No es acaso un medio de producción que debiera ser explotado?
En la bodega, si no se cuida el detalle de derramar algo de aguardiente por el suelo, pierde ese olor característico el local. Como se comprenderá fácilmente, los aromas forman parte, en un museo, de esas sensaciones que el visitante percibe; donde hasta una telaraña tiene significado, porque ésta es la red donde atrapa su propietaria la mosca y otros insectos. Al ser esto así, ¿por qué no elaborar vino y destilar de su orujo “aguardiente d´a terra” para que esa sensación sea natural y real?

La cantina, el comercio de ultramarinos, tejidos, calzados y materiales diversos que se hayan expuestos ¿por qué no dar vida a esos locales, vendiendo en ellos otros productos actuales que no los privasen de lo allí mostrado?

La fábrica de gaseosas, o la de chocolate ¿por qué no se fabrican esas espumosas bebidas? Y el chocolate elaborado en esa fábrica de principios del siglo pasado, ¿no podría muy bien volver a percibirse su dulzón aroma, de vez en cuando en el Museo grandalés? Esto, junto con la recuperación de la cocina tradicional, convertiría a este Centro en un atractivo cultural y sensorial. No como algo folclórico, como se dijo al principio, sino como esa explotación natural de los recursos que antaño se producían. Además, vuelvo a repetir: un museo etnográfico es sólo el reflejo de unas formas de vida, en las que el ciclo anual es la imagen actual de tiempos pretéritos.

Pueden resultar insoportables estas continuas reiteraciones, pero qué quieren que les diga, aún después de esta machaconería, no fue tenido en cuenta el planteamiento; porque no se propone en esta tierra nuestra, hacer algo realmente serio, riguroso, respetuoso con las costumbres, y ante todo, lógico y sensato.

Es posible que este proyecto se vea descabellado en cuanto a hacerlo viable por una cuestión del elemento humano necesario; que puede aparecer como algo exagerado. Sin embargo, desde el punto de vista museológico, es factible, porque éste se basa en la realidad o circunstancia; que al igual que en cualquier explotación agrícola, ganadera o industrial, era desempeñada por personas que entendían de más de una función; como ocurría con los oficios en la mayoría de los casos.

Si Don Julio Caro Baroja, hace muchos años, tuvo la desgracia de chocar con el muro de la incomprensión “oficial”, y aun así, desarrolló el proyecto del Museo del Pueblo Español que sigue vigente, ¿cómo es posible que sigamos igual? Además tampoco será tan difícil, tomándolo como ejemplo, plantar el germen que representa más o menos el dos por cien de aquel acertado plan museológico.

¿Qué les parece si les digo que es una lástima hacer esta exposición de intenciones, por “predicar en el desierto”. Ni hechos, palabras o actos, sirven de mucho.

Por lo tanto: no hay más preguntas, conjeturas o respuestas ante el total mutismo y sordera administrativa. Claro que la falta de lisonja es una lacra para que este Museo funcione o se le preste más atención; puesto que la adulación es canto de sirenas para los son poco objetivos.

Haxa salú, que el “marketing” de nuestro Museo, no presenta problemas –queriendo-



2 comentarios:

  1. De los museos etnográficos vivos que conozco, uno de los que más me ha impresionado es el de Maihaugen en Lillehammer. Allí vi cardar la lana como la cardaba mi abuela, y comprobé lo cerca que estaban ciertas palabras (rokke, carde). http://www.maihaugen.no/no/Maihaugen/Aktuelt/About-Maihaugen-in-several-languages/Slideshow-in-Spanish/
    Ánimo, ellos ya empezaron hace cien años...

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  2. Me parece hermosa la idea de dar vida a todos esos elementos presentes en el museo; poder degustar un vino, o un orujo, o tomar un poco de chocolate elaborado en el mismo ... la actividad se desarrolla delante del público y siempre habrá alguien que aprenda algo. Con ello se daría trabajo a gente del lugar, se fijaría población y se generarían recursos y no se perdería el oficio.
    Se quejan de la escasa dinamización de los pueblos y la pérdida de población en las zonas rurales y cuando surge algún proyecto -este me perece magnífico- no sale adelante.
    Me gustaría saber las razones por las que no se puede poner en marcha este planteamiento, espero que no sean económicas porque dinero parece que lo hay, al menos para ese proyecto incalificable denominado LABORAL.

    Felicidades por el blog. Un saludo afectuoso,

    Ana

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