jueves, 24 de diciembre de 2009

Invierno y teixo

Hoy comenzó el invierno. No es que para mí sea noticia pues llevo contabilizado muchos; después de sesenta y siete, ya los recibe uno con estoica resignación. Lo grave sería que me sorprendiera. Lo que sí me sorprende es el que a los medios de comunicación les sirva como noticia el que nieve en su tiempo. Vamos, algo así como el que los ríos fluyan hacia el mar y no a la inversa. La verdad es como si la noticia se dirigiera a tarados o los lerdos fueran los que la difunden. ¡En fin, paciencia!

Hoy recibí un libro interesantísimo: “La Cultura del Tejo”, de Ignacio Abella. Me lo enviaron Ana y Antonio; que como no puede ser de otra forma, siguen preocupándose por este ferreiro que habla con los árboles. Ya descubrí cosas importantes en este trabajo. Su autor me lo dedica y le doy las gracias desde este cainzo-blog.

Pero en atención a Ana, que fue la autora material de este obsequio, y que además conoce una ampliación de la historia del “teixo” de San Martín del Valledor, contaré a Vs. Ms. lo que me dijo una parte del tocón de este noble árbol; al que había sometido Arturo, el torneiro, a un tratamiento de mejora, para ser presentado en el Museo. Dicho sea de paso, yo conocí a este taxus en mejores condiciones allá junto a la iglesia de esa parroquia.

El caso es que con el fin de contar los años que este vetusto tronco había vivido, y colocarlo en un soporte elevado del suelo, comenzó Arturo a dejar uniforme aquélla irregular superficie, que entre el Sr. cura párroco (Manuel) y un operario, no muy ducho en le manejo de la mecánica sierra, habían agredido. Rebaja que rebaja llega la azuela a encontrarse con un objeto metálico, que en un principio asociamos con un clavo. Y digo asociamos, porque estaba presente, y fue en ese instante donde el mutilado tronco se dirigió a mí para contarme su historia. Hela aquí tal y como la relató:

-Lo que hace unos ochenta años clavaron en mí tronco no es un clavo, es una argolla en su golfón, para atar una caballería. Esa creencia de que no se deben atar animales debajo del teixo no es del todo cierta, tal y como muestra este agresivo amarre. Observa que estaba oculta en mi madera, porque de todas maneras seguí creciendo y ahí quedó. Pero mucho antes, mientras mi talla permitía pasar la cuerda con los brazos, ataban todo tipo de jumentos Puedo advertirte también, que los caballos eran los peores de soportar; no por su genio, sino porque sus dueños, en el comercio de Paco o en cualquiera de los otros, después de mitigar su sed con caldos del Rubido y jugar varias partidas, se olvidaban de sus cabalgaduras, que con su continuo piafar, producido por la larga espera y el hambre, golpeaban con sus herradas manos delanteras mi corteza. Puedes ver perfectamente el daño producido hace más de un siglo, a la derecha de esta molesta argolla justo casi al norte cuando estaba plantado.

-¡Coño! ¿Cómo sabes que era septentrión?

-Porque aunque soy madera, no soy “madero”; y tuve vida y puedo contarla. Además la dendrografía y dendrocronología, si las dominas, algo te dirían.

-Disculpe Usted la pregunta

-Como te iba diciendo, no faltaron agresiones en esos 172 años de mi existencia. Pero como la última, que acabó con mi vida, nada hubo. ¿Qué ocurrirá para que el Hombre perdiera el respeto a los árboles? ¿a la Naturaleza?, a su medio, a aquello del que al fin y al cabo forma parte, y por lo tanto es también su vida?

-No ocurre nada: simplemente que el que llaman homosapiens perdió todo tipo de referencias en esta alocada sociedad.

Haxa salú

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