jueves, 3 de enero de 2013

Fumar





Publicado el 27-11-2003 en La Nueva España


El día 30 de Octubre de 1989 dejé de fumar por cuarta vez. Hizo 14 años que no llevo a mi boca un ansiado pitillo. Y digo hizo, aunque escribo esto el día que se cumple un año más de mi triunfo sobre esa droga llamada tabaco.

Cuando se deja de fumar no quiere decir que haya uno vencido al vicio. Yo sé que un sólo cigarrillo que combustionara, aspirando su humo hacia mis bronquios, sería el desencadenante de una nueva etapa como fumador empedernido.

Tenía tal vicio, que el movimiento de sacar un cigarrillo, era totalmente mecánico y compulsivo. No era la ansiedad de fumar lo que me impelía a extraer un pitillo de la cajetilla. No, no; no era algo apremiante, sino que cuando me daba cuenta de mis acciones, podía tener encendidos, en distintos lugares, hasta tres cigarrillos.

A veces, en ese ademán de llevar hacia la boca el cigarrillo que descansaba en cualquier lugar encendido, pasaba a mis labios por la parte de la brasa, con la consiguiente quemadura.

Empecé a fumar tarde pues contaba con 19 años, pero sí que me desquité, con verdadera fruición, de la falta de precocidad en el comienzo.

Mis experimentos para abandonar tan nefasto hábito, fueron de todo tipo. Cuando aún era joven, pero el humo ya hacía mella en mis pulmones, deshacía los Celtas y lavaba el tabaco, con el fin de eliminar algunas sustancias nocivas. Después lo ponía a secar y liaba aquella picadura, que no sé si era aún más letal. Probaba todo tipo de marcas, buscando la más inocua al organismo, pues esperaba que alguna de ellas, no fuera una agresión a mis atormentados alvéolos pulmonares. Fumé en boquilla, en pipa y los últimos años del delirante vicio, fumaba aquel tabaco llamado “caldo de gallina” o Ideales, junto con rubio.

Intenté dejar de fumar recurriendo a todo tipo de trucos, tales como prometerme a mi mismo que limitaría la dosis 10, 8, 6 ó 3 pitillos. ¡Pobre ilusión! Cada vez que lo intentaba, lo que hacía era reforzar más y más aquel nefasto e insano vicio.

Por fin en una ocasión, en un programa de radio escuche los consejos de una persona que animaba a dejar de fumar. Los seguí y pasé casi siete meses sin tabaco, al cabo de los cuales volví a caer con inusitada fuerza.

Creo que el empeño que ponía en acabar con mi salud me convenció para intentarlo de nuevo, y repetirme a mi mismo que lo que necesitaban mis pulmones era aire puro. Vuelvo a conseguir dejarlo, pero al cabo de nueve o diez meses fumé otro cigarrillo y allá se fue todo mi sacrificio. ¡Y vuelta a empezar! Unos malditos cigarros habanos, farias y puritos dieron al traste con mi segunda batalla seria contra el tabaco.

El problema se agravaba porque mis catarros y la crónica tos iban a más. Me consideraba una persona sin voluntad y eso me hacía rebelarme contra mis recaídas, por lo tanto, un día decidí que no podía seguir fumando. Y lo hice convencido que a la tercera iba la vencida. ¡Albricias! ¡Por fin había derrotado definitivamente a la nicotiana tabácum! Yo que había esnifado hasta rapé, no podía creer que hubiera transcurrido año y medio sin un sólo cigarrillo. Esto me hizo estar tan seguro de mí, que estaba convencido de que aunque fumara uno, no me afectaría. ¡Valiente insensato! El vicio de fumar está ahí latente; larvado en las células del cerebro, y el organismo sólo necesita esa pequeña dosis para sentir la ansiedad y el placer de fumar, aunque sabes que éste te mata. Y así, con un cigarrillo rubio, cuando mis bronquios estaban casi recuperados, caí en la estupidez del desprecio a mis 18 meses de calidad de vida.

Era tal la vergüenza que sentía, que durante una temporada fumé a escondidas; sí, fumaba como si quisiera ocultarme de mi mismo. Fue tal la virulencia con que comencé de nuevo, que pasaba de tres cajetillas diarias. Mi vesánico e intolerable vicio conducía hacia la destrucción de mi aparato respiratorio.

Para paliar, en cierto modo, aquella desmesura, compraba dos cajetillas de rubio y una de aquel Ideales que cité al principio. Con la picadura me veía obligado a liar los cigarrillos, y con esto pasaba al menos un rato sin fumar. Claro que el alivio era poco, si tenemos en cuenta que de una de esas cajetillas se lían 25 cigarrillos.

Hoy me pregunto cómo era posible quemar diariamente 60 ó 65 bombas de nicotina.

Espero no incurrir en el defecto de las veces anteriores, porque si un nefasto día fumo un pitillo, no creo que pueda decir muchas veces eso de “haxa salú”.

Decía alguien que dejar de fumar era fácil, pues él lo hacía todos los días. Sé que no es fácil, pero mentalizándose y con algo de sacrificio, se logra apartar la ansiedad y el humo de los bronquios.

Aunque se sigue soñando, durante años, que se fuma de nuevo, y es decepcionante.

¿Saben que es lo bello de dejarlo? Que cada día que pasa se convierte en un triunfo; se percibe la fragancia de las flores; se recupera el sabor de las cosas, y por lo tanto permite degustar los alimentos. La verdad que es un placer. 

Si fuma, haga la prueba que nada pierde. ¿Cómo que nada pierde? ¡Verá lo que gana en salud! Aunque cuartos va a tener los mismos.

Voy a tocar madera.

Haxa salú.

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