lunes, 26 de agosto de 2013

Cardoneira



Es la figal, ficaria, higuera, (y como otros ocho o más nombres), un árbol de la familia de las moráceas, a la que por su talla califican de mediana altura, aunque para los que “están en la higuera” no lo sea tanto si un día llegan a caer.

La madera de este árbol es blanca y de baja calidad. Baste saber que se deforma al secar de tal manera, que tienen pocas aplicaciones. Sin embargo, era requerida en verde, para mangos de herramientas manuales, porque una vez seca sólo rompiéndola se desprenden esos pequeños cabos del utensilio.

Había la creencia popular que si se aprovechaba su leña para atizar la lumbre del lar, cegaban las personas que estuvieran expuestas al humo. Verdad o no, les puedo asegurar que las fumaradas que desprende irritan los ojos de forma insufrible.

Sin embargo, hay un dicho popular que la asocia a un  buen fin: La peor de las maderas la higuera, mas la himera del molino que sea de higuera.

La himera, es la pieza de madera que cierra el ojo de la muela del molino, y en la que se practica un agujero a la medida del eje que mueve la muela. Recibe el nombre de bulse en otras zonas y en parte del occidente de Asturias, ollos del barrón, que no es otra cosa que el taco de madera que ajustaba el barrón, árbol o eje; y al mismo tiempo impide que el grano caiga hacia e infierno del molino.

Dicha esta función de la higuera sigamos con el cuento.

Las ramas de la figueira se quiebran con facilidad cuando hace mucho calor. Esto hacía que, en tiempo de higos, durante el sol del medio día y parte de la tarde, se eludiese subir al árbol. No quiero decir que en ausencia del propietario de la fecunda planta se tuviese esto en cuenta. Así que la carga de higos, o la “carga” de la grey infantil en las horas que el tórrido sol apretaba, daban con la rama en el suelo. No recuerdo que hubiera que lamentar ningún grave accidente de los ágiles come-higos. Lo grave es que en el lugar que se desprendía la cana, quedaba la enorme cicatriz en el tronco. Esta huella se iba curando en la parte que corresponde a la albura; la madera interior se pudría con el paso de los años hasta formar un huevo que recibe el nombre de cardoneira. Ésta puede llegar a ser tal, que el huevo que se va formando adquiera unas proporciones desmesuradas. Tanto es así, que en cierta ocasión un ciego y pobre violinista, cuyo conservatorio fuera la calle, “vio” en esa cardoneira el lugar más apropiado para guardar sus cortos ahorros. ¡Ah! Pero hete aquí que un pillastre descubrió el tesoro y se apropió de él. El ciego, al comprobar su falta, rasgaba su violín y cantaba las siguientes estrofas:

Ñique, ñique, ñin
Ñique, ñique, ñeira
Teño veinte reales en ua figueira
Y si a cousa nun me minte
Lougo ei votar outros vinte.

El pícaro autor del hurto, al oír aquella historia, volvió los veinte reales pensando en llevarse cuarenta. Así el invidente “vio” la forma de recuperar su capital.

Como en este país somos tontos, pero no ciegos ¿no habrá algún compositor que dé con una “clave” y plasme en un pentagrama música y letra tan convincente que haga devolver el dinero a los corruptos?

Algo así como lo del flautista de Hamelín, o el ñique, ñique…; aunque ya sabemos que esto sería plagio y así no devuelven el dinero. Música y verso parecido a esto:

Tralarí que te vi
Fondos en Ginebra
Estáis listos si pensáis
Que los devolví
Con amnistía fiscal.

Sin…… Bueno, nada, las ratas se quedan, el dinero se va y Hamelín….lugar imperfecto ¡Qué país!

Haxa salú

En Grandas de Salime, a 2 de febrero de 2013




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