miércoles, 29 de enero de 2014

Servilletas





Publicado en La Nueva España, los días 10 y 18 de mayo de 2004



La sala de rehabilitación del Hospital de Jarrio, es un lugar que invita a la meditación. Allí, desde tu camilla, observas el mal que aqueja a los demás y cuando éste crees que es superior al tuyo, te resignas con tus dolencias. No se porqué pero nadie se queja. Posiblemente, el paciente menos paciente sea yo. De todas maneras, hay días en los que el humor aflora y surgen anécdotas que provocan risa, que es un remedio infalible contra el dolor, que tu fisioterapeuta provoca, al mover la articulación de ese anquilosado lugar donde se aloja el húmero con la escápula.

En una de estas sesiones de regenerado de huesos, músculos y tendones, que durante la juventud funcionaban de forma sincrónica y ahora se empeñan en ser un todo compacto, nos entretuvo la señora Beatriz, la fisioterapeuta, -que lucha con mi diacrónico hombro-, con un pequeño relato leído en la revista “Historia y Vida”. Según la noticia difundida en esa publicación, en la época de Leonardo da Vinci, no se usaban servilletas en los pantagruélicos banquetes de la nobleza, y se recurría a conejos. De forma inconsciente pensé en lo difícil que sería pasarse un conejo por los labios para limpiarlos, y dirigiéndome a los demás, les comenté que estaba pensando en cierto “conejo” sin orejas. Este es el único “conejo” agradable, que no molestan los pelos, y merece la pena pasar el  morro por él, por ser un placentero estimulante para dos que bien se entiendan. Los bien educados le llaman cunnilingus, y yo añadiría que es una forma de cunnicultura amoroso-sexual, que nada tiene que ver con la cunicultura, o cría de conejos de orejas largas, que por cierto en latín se le llama cuniculus.

Nos aclaró la curadora de hombros, que en esos banquetes ataban los conejos a las sillas y, parece ser que sobre su piel se limpiaban los dedos los comensales. Más tarde lavaban el conejo a la vez que el mantel.

¡Encomiable costumbre la de lavar el “conejo”!

Haxa salú y sana ironía

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