Fotografía; Salvador Rodríguez Ambres |
Uno de sus dichos era que en caso de error, el ferreiro debía medir corto y el
carpintero largo. El primero podía estirar el hierro y el segundo cortar a
madera sobrante. Si no era así, mal arreglo tenía el error de ambos. Y peor el
del ferreiro.
No es fácil saber trabajar o forjar el hierro a escuadra y
laminarlo debidamente. De uno cilíndrico hacerlo cuadrangular y poder convertir
este en una cabilla, es decir, volver a darle la forma cilíndrica del
principio.
Todo aquél que no sabía esos principios básicos, perdía el
tiempo y el carbón. No hablaba de la pérdida de hierro porque curiosamente,
éste no pierde en la forja nada más que una mínima parte de su materia.
Hay muchos secretos pero estos se aprenden con el desarrollo
propio del oficio. Digamos que se tiene
que tener cierta predisposición a la forja.
Decía también que “el
ferro nun espera”. Se refería al calor. El hierro, en caliente, es moldeable
y dúctil y, aunque en frío permite
doblarse, “el que traballa en ferro frío,
os pes fríos y a cabeza calente”. Esto hoy carece de sentido con las
actuales tecnologías de trabajo. Además sabemos que as forxas ya desaparecieron.
Y siguiendo con esas tradiciones populares, digamos que:
“Muller del ferreiro
nun hay muller como ela.
De día maza nel ferro,
de noite el ferreiro nela” .
Les hablo de oficios pedidos. Perdidos con la edad y porque nos martelos nun hay mango que resista.
Además, acaba apagándose el lume…si nun
se lle da al barquín.
De todas maneras, de nada vale la intuición en la forxa. La intuición en este oficio, debe
ser sustituida por la disposición.
Conclusión: las cosas hay que hacerlas en caliente.
Haxa salú.
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